Locros, guisos y empanadas con gustito a ají del monte, rosquetes, pan casero con queso de cabra y largas mateadas con poleo. La mezcla de culturas y la identidad latinoamericana enaltecen los sabores de esta región siempre dispuesta a alimentar con amor a sus visitantes.
En cualquier rincón de Santiago del Estero sentarse a comer está lejos de ser un trámite. Alimentarse por estos pagos también es celebración, por eso en lo cotidiano este pueblo conjuga su identidad con las recetas, traspasando el espíritu festivo a la mesa. Cada plato es una amalgama de delicias y culturas que se expresan, y degustarlos es un ritual que siempre viene acompañado de algún cuento o una leyenda.
Los sabores del monte se transmiten y se disfrutan en cada bocado. La dieta de los pueblos originarios que dieron génesis a este pueblo sigue latente, como la de aquellos que se mixturaron con la colonia. Otros se unen con Latinoamérica y no faltan las recetas de la cultura árabe, presente en la provincia desde la primera ola migratoria.
La crianza de ganado menor con formas ancestrales transmite a la carne un sabor único. Y los productos regionales que se toman de la naturaleza sirven para elaborar alimentos: patay, arropes, bolanchao y alhoja se mezclan con esa fruta exótica llamada tuna que irrumpe en verano, o los pescados que dan sustento y placer a lo largo del Río Dulce.
Hay mucho por descubrir para los curiosos. La época de la colonia sumó ingredientes y la tierra da frutos. Zapallos, sandías y melones son más sabrosos aquí y la producción del maíz, el pan de Latinoamérica, da vida a platos regionales como el locro, la mazamorra, los guisos, tamales, humitas, chipacos, tortillas y moroncitos, una masa típica hecha con harina de algarroba, arrope de chañar y ralladura de limón o naranja. También entre los dulces aparecen para acompañar unos mates (¡con poleo!) los rosquetes, las famosas empanadillas dulces rellenas con dulce de batata o los quesillos hechos a mano, pero también la simpleza de una rodaja de pan casero con dulce de leche de cabra.
En familia o con amigos en un restaurante, de parado en medio de un paseo o en una extensa velada bajo las estrellas en el patio de una casa, la gastronomía remonta a los orígenes y va acompañada de música tradicional.
El aroma sale de los hornos de barro y el fuego crepita calentando un buen locro mientras suenan el repique de un bombo y el rasgueo de una guitarra. El viento acaricia los cuerpos, el sol acompaña hasta que le pasa la posta a la luna y no se necesita nada más. La ciudad de Santiago trasciende lo culinario y los viajeros caen rendidos ante las empanadas con ají del monte, las combinaciones españolas y turcas y la identidad latinoamericanista. Los almuerzos y las cenas se complementan con largos paseos por la costanera que bordea el Río Dulce y por el Parque Aguirre, y de nuevo a la mesa.
Todo el año, y en especial en otoño e invierno para apreciar mejor las comidas calentitas, la provincia es una fiesta para los paladares que se pueden satisfacer en apenas una escapada.
A Santiago del Estero se llega en avión al aeropuerto Vicecomodoro Ángel de la Paz Aragones o al Termas de Río Hondo, en la ciudad homónima. También en ómnibus o en auto, por la Ruta 34, la 64 y la 9.